Samuel P. Huntington en su célebre ensayo de princios de los años 90, “El Choque de las Civilizaciones”, sustentó el criterio de que México no sería parte de América latina sino de Norteamérica, se promovía por aquellos años la suscripción del Tratado para el Comercio Libre en la región bajo un eslogan un tanto rimbombante que al efecto rezaba: “ desde el Yukón hasta Yucatán”, para quienes hablamos castellano y amamos la lengua nacida en el monasterio de San Millán de la Cogolla en la que se expresaron Cervantes, Calderón y Lope, tal pretensión pareció simpre ridícula y fuera de lugar; “nada es la cultura ancestral ante la fuerza del comercio” habríase esgrimido sin embargo, en una época que hoy ha quedado irremisiblemente en el pasado.
Todavía en fechas recientes, un sujeto llamado Gustavo Madero, se manifestaba muy orgulloso de su participación en el denominado “Pacto por México” y la consecuente “reforma energética” aprobada en el marco de la instancia referida, diciendo que gracias a ello “había muerto por fin el nacionalismo mexicano”, sería interesante saber que opina a la fecha el sujeto en cuestión.
En las actuales circunstancias, la andanada de ataques propinada en nuestra contra por el presidente de los Estados Unidos, reconoce como el precedente histórico con el que mayor similitud guarda, el concerniente al comportamiento político del presidente James J. Polk, mismo que culminaría con la invasión de 1847 y la suscripción del tratado de “Guadalupe Hidalgo” por medio del cual México perdería la mitad de su territorio.
El célebre historiador heterodoxo norteamericano, Howard Zinn considera a la referida guerra de agresión a México como parte de la historia de expansión de los Estados Unidos, en contrapartida, el consenso de los estudiosos desde principios del siglo XX señala que la etapa de expansión imperial comienza con la Guerra del Maine sostenida con España de 1898.
Consenso que se cristaliza magistralmente, en las reflexiones sobre la “Guerra de Texas de 1836” que don Francisco Bulnes vierte en su célebre obra : “Las Grandes Mentiras de Nuestra Historia”, y en la que señala que la agresión y posterior anexión territorial de 1847, se ubica en la lógica de los esclavistas del sur que, mediante el aumento de territorios veían acrecer los curules correspondientes en el senado, cuyos titulares votarían en contra de la manumisión de los afrodescendientes, en tanto que, a partir de la guerra de Cuba, la Unión Americana no necesitaría ya de la expansión territorial sino del constante aumento del comercio y de inversiones de capitales acumulados gracias a la constante circulación de mercaderías y del trabajo libre.
Al parecer, la presidencia de Trump nos estaría acaso retrotrayendo a los días previos a la expedición de la decimotercera enmienda de la Constitución de los Estados Unidos, y la nación mexicana encontraría en su acendrado y tradicional nacionalismo un arma de defensa invaluable pese a la opinión en contra que al respecto hubiese podido esgrimir un sujeto de monta muy menor a la que podría corresponder al General Lázaro Cárdenas ante la historia; nacionalismo en el que la cultura no es, ni puede ser apabuyada por la fuerza de la inversión y del comercio, en clara contrapartida a la tesis esgrimida a principios de los años 90, por el célebre profesor de Harvard quién fuera, por lo demás, uno de los más deslumbrantes integrante del Consejo Nacional de Seguridad de la Casa Blanca en los ya lejanos tiempos del presidente Carter.
En los días aciagos en que se discutían los términos del Tratado para el Comercio Libre en la América del Norte mi admirado jefe y amigo el senador José Ángel Conchello escribió un libro llamado “TLC Callejón sin salida”, libro que en los días que corren resulta de indudable valor gracias a su extradinaria actualidad, don profético que es propio a todo hombre dotado de verdadera cultura, y cuya lectura actual nos permite entrever a cabalidad, que, más allá, de las coordenadas geográficas y los flujos de inversión, hoy por hoy Yucatán se ha alejado irremediablemente del Yukón.
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