Muchos hablan de que en el 2018, se derrumbará el PRI, porque según sus cálculos, perderá la presidencia, muchas gubernaturas, la mayoría en el Congreso y en el Senado, la mayoría en muchos congresos locales y los ayuntamientos de las principales ciudades del país.
La verdad es que quien corre peligro de derrumbarse, es el sistema partidista mexicano, que ha caído en una vertiginosa carrera de corrupción, que las dirigencias nacionales y locales de los partidos, no hacen nada o no pueden hacer nada, para frenarla.
El deterioro del sistema político mexicano, se inició cuando “el joven presidente” Carlos Salinas de Gortari, quiso “modernizar a México”, abandonando la política de justicia social, que fue bandera de la Revolución de 1910 y que se consolidó en los años treinta, cuando gobernó al país el general Lázaro Cárdenas.
Antes de Salinas, ¿hubo algún presidente o gobernador, que se enriqueciera tan escandalosamente como ahora? ¿Salieron multimillonarios Adolfo Ruíz Cortines, Adolfo López Mateos, Gustavo Díaz Ordaz, Luis Echeverría o José López Portillo?
Si hubieran abusado del erario público, ¿andarían todavía metidos en la política, Cuauhtémoc Cárdenas, que fue gobernador de Michoacán; Porfirio Muñoz Ledo, que fue varias veces secretario de Estado, senador, embajador y presidente nacional del PRI? o ¿el licenciado Manuel Bartlett, que fue secretario de Gobernación, de Educación y gobernador de Puebla?
Son muchos los priistas destacados, que vivieron muy decorosamente, pero sin llegar a los excesos a los que ahora llegan los políticos priistas, panistas, perredistas y hasta de los partidos “chiquitos” que reciben millones de pesos como prerrogativas del gobierno federal, por aparecer como dirigentes de partidos que en realidad no existen.
El encarcelamiento de ex gobernadores como Duarte de Veracruz, Yarrington, de Tamaulipas, ambos del PRI y el ex gobernador de Sonora, del PAN, son solo un ejemplo del porqué la política en nuestro país está tan desprestigiada. Los partidos no tienen ningún control sobre la gente que llevan al poder y muchos de los que figuran para candidatos a gubernaturas o presidencias municipales, carecen de militancia partidista o se pasaron de un partido a otro de la noche a la mañana.
Las elecciones del año próximo, en las que habrá renovación de autoridades y legisladores en los tres niveles de gobierno, pueden ser el inicio del derrumbe no sólo del PRI, sino de todo el sistema partidista mexicano.
La necesidad de que los partidos pongan atención, pongan esmero en la selección de candidatos a los diferentes puestos de elección popular, es ahora, más urgente que nunca.
Deberán ser personas con oficio político y de honestidad probada.
Nunca los partidos han puesto atención a sus sistemas de selección de candidatos y es que han sido incapaces de formar cuadros políticos capacitados, ideologizados para llevar a cabo un buen trabajo.
Los partidos, contra lo que propuso el fundador del PAN, Manuel Gómez Morín, no son ni han sido nunca, escuelas de política. Tan no lo han sido, que en las pasadas elecciones locales, el propio PAN, que ganó siete de las doce gubernaturas en juego, en cinco, tuvo candidatos que habían salido del PRI, precisamente por no haber logrado ser abanderados de su propio partido.
Por qué el PRI cada día es menos hábil en conocer y cuidar a su gente. Ahora los andan expulsando por cualquier motivo, igual que el PAN, igual que el PRD.
La militancia política en un partido, debe ser como la pertenencia a una institución religiosa. Ingresa el que quiere y se sale o deja de participar, cuando quiere.
Las escandalosas expulsiones de priistas, perredistas y panistas, sólo contribuyen a seguir deteriorando el prestigio, la seriedad de los partidos.
Cuando el PAN llegó al poder, ese partido presumía de tener casi dos millones de militantes. Al finalizar el periodo de Felipe Calderón, el dirigente nacional panista, Gustavo Madero, quiso depurar el padrón de su partido y convocó a sus miembros a ratificar su militancia y ésta, ni siquiera alcanzó los poco más de 200 mil miembros, necesarios para mantener su registro, algo que se pasó por alto para evitar el derrumbe del partido más antiguo después del PRI. Ni siquiera Vicente Fox se reinscribió.