Se ha vuelto un lugar común hablar de las graves deficiencias de la clase política mexicana; sin embargo, en vísperas del proceso electoral presidencial de 2018, estas deficiencias anuncian serios problemas para convencer a un electorado cada vez más desconfiado y crítico del actuar de los partidos políticos y sus dirigentes.
No son solo los efectos de los dos sismos de septiembre, sino toda la gestión del PRI la que está en juicio frente a la ciudadanía; el desempleo, los bajos salarios, la violencia, la pobreza, la falta de servicios básicos (estos dos últimos factores agravados por los movimientos telúricos), van haciendo crecer día a día el descontento popular.
Sin embargo, esto no beneficia a los otros partidos.
El 4 de septiembre, fue anunciada la creación de un Frente Ciudadano por México que en el nombre lleva su contradicción porque la calidad de “ciudadano” contradice su origen: una alianza entre los partidos Acción Nacional (PAN), de la Revolución Democrática (PRD) y Movimiento Ciudadano (PMC).
Aun cuando reiteran que su objetivo no es electoral, porque lo primero es su registro ante el Instituto Nacional Electoral (INE) y su segundo paso es la formulación de un proyecto nacional que responda a las necesidades del país, lo cierto es que el tercer paso es la designación de un candidato común a la presidencia de la república y a los demás cargos de elección popular que se disputarán en 2018. Y esta es su principal debilidad, porque en cada uno de los tres partidos hay aspirantes que buscarán encabezar la lucha electoral. ¿Podrán llegar a acuerdos claros y benéficos para México?
Ahí está la duda, porque el viernes pasado renunció al PAN Margarita Zavala Gómez del Campo y anunció su intención de postularse como candidato independiente; con ella han anunciado su renuncia al partido varios dirigentes e importantes militantes panistas. Ahora, el Frente Ciudadano por México tiene un socio débil en el partido que se ha considerado el más fuerte de los tres.
En cuanto al PRD, el partido ha sufrido la renuncia de varios de sus principales militantes, la mayoría han emigrado hacia el Movimiento de Regeneración Nacional (Morena). Además, en las alianzas que ha concretado con el Partido Acción Nacional siempre ha quedado como el “tonto útil” para que el partido blanquiazul obtuviese triunfos electorales, tal como sucedió en el estado de Puebla al llevar a la gubernatura a Rafael Moreno Valle. De este modo, su integración al Frente Ciudadano, representa el peligro de que el PRD sirva para entronizar a un candidato proveniente de las filas del PAN.
Tercero en la contienda electoral aparece Morena, cuyo perpetuo aspirante, Andrés Manuel López Obrador, representa al mismo tiempo su fuerza y su mayor debilidad. Los mensajes de López Obrador van en el sentido de un cambio de rumbo en la conducción del país; eso ayuda a sumar adeptos y simpatizantes que seguramente emitirán su voto por los candidatos de Morena; sin embargo, el partido tiene dos factores en contra.
El primero es que frente a la posibilidad de triunfo, se han subido al tren de Morena oportunistas de todo tipo que no comparten las propuestas de López Obrador, pero ven la oportunidad de seguir viviendo de la política y esto dirige al partido hacia una división en tribus semejante a la que está destruyendo al PRD.
El segundo factor favorece esa división: Morena es un partido de un solo hombre, es el partido de un caudillo: Andrés Manuel López Obrador. Como todo mortal no es eterno y surge la pregunta: ¿qué pasará cuando éste falte?
Así pues, tanto el PRI, como el FCM y Morena están lejos de ofrecer al país una solución a la crisis estructural que estamos viviendo. La pregunta final es: ¿podrá hacerlo un candidato ciudadano? Yo creo que no, porque los que se han registrado no representan opciones reales de cambio y menos las representa la esposa de Felipe Calderón.