Punto de Vista / Nicolás Dávila Peralta
“Ese pueblo suriano, jacarandoso y bromista cuando la ocasión lo requiere, pero severo y austero cuando debe serlo”; con estas palabras describió el carácter de los izucarenses la maestra Josefina Esparza Soriano, en su “Leyenda del Señor Santiago” (Obras escogidas. Leyendas y tradiciones. Puebla. BUAP. 2012. Edición conmemorativa). Hoy es tiempo no solo de austeridad, sino de tristeza, una profunda tristeza, porque esa imagen, cuya leyenda describió la maestra Esparza, hoy ha sucumbido bajo la furia de la naturaleza.
La tradición del origen milagroso de la imagen estuvo acompañada, a lo largo de los siglos, de muchos testimonios de favores recibidos de Dios a través del apóstol Santiago; el santuario ha sido centro de peregrinación de muchas personas de diversas regiones del país. Hoy, esa imagen legendaria no existe más.
Muchas generaciones de izucarenses, incluyendo la mía, crecimos cerca del santuario de Santiaguito; en nuestros años de escuela, del antiguo Colegio Hidalgo salíamos para encontrarnos con esa imagen que por entonces nos parecía terrible, porque estaba de frente y solo veíamos de niños la cabeza del caballo encabritado y el rostro serio del apóstol mata moros.
Muchos vivimos esas fiestas en las que la imagen era desmontada del brioso caballo blanco para montarlo en una mula parda para sacarlo en procesión por las calles de Izúcar; fuimos testigos de las “mandas” que traían los peregrinos y de la devoción con que la gente sencilla tocaba las vestiduras de la imagen o se santiguaba con las espuelas.
La enorme escultura del apóstol fue venerada y admirada por propios y extraños; los izucarenses lo llamaron cariñosamente Santiaguito; los que venían a sus fiestas lo veían como un camino por el que Dios dispensaba sus favores.
Hoy la imagen más venerada en Izúcar ha padecido la misma suerte que cientos de familias del sur del estado que perdieron la vida o sus viviendas por el temblor del 19 de septiembre.
Es muy posible que la ausencia de la imagen monumental disminuya en muchos la devoción, pero seguramente se mantendrá el culto en torno al apóstol que, según los Evangelios, fue uno de los más cercanos a Jesús.
Indudablemente es tiempo de tristeza, no solo por la pérdida de la imagen del apóstol, sino por las decenas de vidas perdidas y los cientos de familias que hoy no tienen ya un techo donde cobijarse, muchas de ellas han perdido incluso sus empleos. El derrumbe de la segunda cúpula del santuario de Santiaguito y la destrucción de la imagen que protegía son un símbolo de lo que viven miles de habitantes del sur del estado de Puebla.
Hay poblaciones con decenas de casas destruidas –Pilcaya y Chietla son dos de ellas- personas viviendo en albergues en espera de ayuda para volver a levantar sus viviendas; personas cuidando a sus heridos o rezándole a sus familiares muertos en el sismo.
Es tiempo de solidaridad; tiempo de hacer propio el sufrimiento de tanta gente cuyas vidas cambiaron en un minuto; ellos también son Santiagos. Como nos duele la destrucción de la imagen secular del apóstol, que nos duelan las familias de quienes perecieron el 19 de septiembre; que nos duelan los padres que perdieron a sus hijos, que nos duelan las viudas y los huérfanos, que nos duelan quienes se quedaron sin casa, que nos duelan quienes necesitan alimentos y medicinas.
Toda esta gente, de las poblaciones grandes de la Mixteca poblana, pero también de los pueblos y rancherías, necesitan de la ayuda que por parte de las instancias oficiales no ha llegado a tiempo, en parte porque los medios informativos centraron toda su atención en los daños registrados en la Ciudad de México; pero acá también está el pueblo sufriente que hoy necesita nuestra ayuda. No los olvidemos. Quienes mantienen una devoción firme en el apóstol Santiago, recuerden: en cada persona sufriente él está presente.