Punto de Vista / Nicolás Dávila
El viernes a las seis de la tarde, hora de Italia, el papa Francisco presidió una hora de oración que concluyó con la bendición especial a los católicos de todo el mundo, conocida como Bendición Urbi et Orbi (a la ciudad y al mundo); la intención de esta ceremonia fue pedir por la humanidad que padece la pandemia del coronavirus COVID-19.
Italia, es un país donde se encuentra insertado el Estado de la Ciudad del Vaticano, un diminuto país dentro de otro país golpeado por la pandemia de forma alarmante; un país donde el número de muertes por COVID-19 llegaba al final de la semana a ocho mil 215 y el número de afectados sumaba ya, al viernes, 80 mil 500 personas.
El Estado de la Ciudad del Vaticano, suspendió todos sus actos y ceremonias litúrgicas masivas y el papa Francisco ha estado enviando sus mensajes de audiencias y el rezo dominical del Angelus por las redes sociales, desde la biblioteca vaticana, para una Plaza de San Pedro vacía o con muy pocos creyentes.
La ceremonia del viernes tuvo muchos gestos significativos para los creyentes católicos y para los cristianos de las diversas iglesias protestantes y ortodoxas, unidas en una misma fe en Jesús.
En una plaza vacía y una tarde lluviosa, el papa Francisco caminó hasta el lugar donde preside las audiencias públicas. Ahí, un ministro leyó un fragmento de los Evangelios que habla sobre la tormenta que sorprendió a los apóstoles en el mar de Tiberiades y la forma en que Jesús los calma a ellos y a la tormenta.
Con base en ese texto, Francisco llamó a mantener la calma frente a la pandemia que azota al mundo, pero también a reconocer la lección y la oportunidad que ésta representa para la humanidad: una lección de solidaridad y fraternidad.
Hizo hincapié que vivimos un tiempo en que los seres humanos no se ha conmovido frente a un mundo dominado por la guerra, la desigualdad social y la destrucción de la naturaleza.
“No nos hemos despertado ante guerras e injusticias del mundo, no hemos escuchado el grito de los pobres y de nuestro planeta gravemente enfermo. Hemos continuado imperturbables, pensando en mantenernos siempre sanos en un mundo enfermo”, señaló el pastor universal del catolicismo, antes de destacar los gestos de solidaridad que la pandemia ha despertado en el mundo.
Hoy, ante el COVID-19 que tan cruelmente azota a Europa y amenaza con hacer lo mismo en el continente americano, el Papa destacó los gestos de solidaridad y generosidad de una humanidad que es “capaz de rescatar, valorar y mostrar cómo nuestras vidas están tejidas y sostenidas por personas comunes -corrientemente olvidadas- que no aparecen en portadas de diarios y de revistas, ni en las grandes pasarelas del último show pero, sin lugar a dudas, están escribiendo hoy los acontecimientos decisivos de nuestra historia”.
Enseguida enumeró los ejemplos de “Médicos, enfermeros y enfermeras, encargados de reponer los productos en los supermercados, limpiadoras, cuidadoras, transportistas, fuerzas de seguridad, voluntarios, sacerdotes, religiosas y tantos, pero tantos otros que comprendieron que nadie se salva solo”.
Partiendo del ejemplo de la tempestad en el Tiberiades, Francisco destaca la lección de la pandemia frente a un mundo confiado en “Esas falsas y superfluas seguridades con las que habíamos construido nuestras agendas, nuestros proyectos, rutinas y prioridades. Nos muestra cómo habíamos dejado dormido y abandonado lo que alimenta, sostiene y da fuerza a nuestra vida y a nuestra comunidad”, en referencia a la solidaridad que la pandemia va despertando en las comunidades.
La pandemia, recordó el Papa, ha descubierto que todos somos iguales:
“Con la tempestad, se cayó el maquillaje de esos estereotipos con los que disfrazábamos nuestros egos siempre pretenciosos de querer aparentar y dejó al descubierto, una vez más, esa (bendita) pertenencia común de la que no podemos ni queremos evadirnos; esa pertenencia de hermanos”.
La liturgia concluyó con una oración ante la Eucaristía y la ya mencionada Bendición Urbi et Orbi.
El mensaje papal, si bien fue dirigido a los que comparten la misma fe en Jesucristo, es un mensaje para toda la humanidad, porque creyentes o ateos, estamos viviendo tiempos difíciles que continuarán con una grave crisis económica, de la cual solo podrá sacarnos la solidaridad y la conciencia de pertenecer a una misma especie: la humana.