Nicolás Dávila / Punto de Vista
La decisión del gobierno del estado de dar por concluido el ciclo escolar en junio e iniciar el próximo en septiembre, con un tiempo de nivelación en agosto, continuando el proceso de enseñanza-aprendizaje a través de las redes sociales; muestra la gravedad que en Puebla ha tomado el nivel de contagio de la pandemia de Covid-19, muy superior a la media nacional.
Esta medida, sin embargo, muestra el grado de responsabilidad de las autoridades educativas que han puesto por encima de todo la seguridad y la salud de niños, adolescentes y jóvenes. Acudir a las aulas en las circunstancias que hoy se viven, donde el número de contagios sube cada día, constituye a exponer a los alumnos a un contagio masivo, con imprevisibles consecuencias. Mejor es terminar el ciclo escolar desde casa y esperar mejores tiempos para el mes de agosto.
La contingencia creada por esta pandemia que ha impactado a todo el planeta, constituye un reto para toda la estructura social.
El impacto inmediato ha sido en las estructuras de salud; todos los países, incluyendo México, han enfrentado el reto que en materia de infraestructura y personal de salud representa la pandemia.
Sin embargo, a la par de este aspecto, el segundo reto es la economía. La pandemia ha obligado a parar industrias, comercios, servicios, con dos consecuencias graves: la descapitalización de estas empresas, sobre todo las pequeñas y medianas, y el desempleo; este último, no solo afecta a trabajadores asalariados, sino a quienes son contratados por hora y los autoempleados, que enfrentan la disyuntiva de salir a la calle con el riesgo de contagiarse o quedarse en casa sin recursos para las necesidades básicas.
El gobierno ha diseñado políticas de asistencia social para los pequeños empresarios, con una condición: que no hayan despedido a ningún trabajador. Algunos gobiernos han aplicado medidas asistenciales con la entrega de despensas en colonias y pueblos pobres.
Sin embargo, todas estas medidas son solo paliativas frente al gran reto que representa la crisis económica. Es responsabilidad del gabinete económico del gobierno federal avanzar más allá de estas medidas, para lograr que México enfrente con éxito la tormenta económica que ya está en puerta y que pone en peligro la estabilidad de nuestra moneda, la inversión nacional y extranjera, el empleo y la seguridad económica de las familias.
Más allá de estos dos aspectos de la estructura social, la realidad exige el diseño de una nueva política de seguridad y un nuevo rumbo de la educación.
Se ha criticado la decisión del gobierno federal de volver a ocupar las fuerzas armadas en el combate a la delincuencia; se habla de volver al error de Calderón de usar al ejército como policía y de contradecir el discurso de campaña.
Sin embargo, hay dos diferencias de fondo en esta decisión. La primera es la orden de respetar los derechos humanos y no ser una fuerza represiva, sino preventiva; la segunda, es que las fuerzas armadas se constituyen como coadyuvante con los cuerpos policíacos y no los protagonistas de una guerra, como en el sexenio calderonista.
La pandemia ha constituido un gran reto para la educación en todos sus niveles. De repente, las escuelas y universidades tuvieron que cerrar sus puertas y se vieron obligadas a continuar sus cursos a través de las redes sociales, con dos grandes retos.
El primero, tener que improvisar el diseño de una metodología que supliera las clases presenciales por horas de clase que se imparten, ya sea por las redes sociales o por canales de radio y televisión. Para muchos profesores esto fue una carga más de trabajo y la están cumpliendo.
El segundo reto es todavía más difícil. No toda la población escolar tiene acceso a las redes sociales e incluso a la señal de televisión que ofrece los cursos. Unos, porque su posición económica no les permite contar con una computadora, una Tablet y hasta un celular, otros, porque carecen de luz eléctrica o su zona geográfica carece de señal de Internet.
Este es el gran reto de la educación; un reto que no se resolverá a corto plazo porque depende de muchos factores: infraestructura, situación económica, y preparación de los docentes.
Así pues, lo que se ha dado en llamar la “nueva normalidad” es en realidad el reto de cambiar tanto la estructura social, como la conducta política, comunitaria y personal.
Esta “nueva normalidad” exige, en realidad, un cambio en todos los niveles: cambio económico que vea menos la acumulación de capital y más el bienestar de la población; un cambio político en donde las ambiciones personales, la corrupción y la impunidad cedan ante el bienestar de los seres humanos; un nuevo trato con la naturaleza que frene el deterioro al que hemos sometido a la tierra, al aire y al agua; pero, sobre todo, un cambio personal en donde la conciencia de la dignidad humana, la solidaridad y la unidad sean los principios de una nueva convivencia humana.