Punto de Vista / Nicolás Dávila Peralta
Haber llegado a la parte más alta de contagios por el virus Covid-19, no ha hecho olvidar otros aspectos de la vida social, educativa, religiosa y política que son parte fundamental de la vida y que no pueden ignorarse tan fácilmente.
Hay que reconocer que en un sector importante de la población ha despertado el espíritu de solidaridad, en estos tiempos en que centenar es de familias se encuentran en situación precaria, sea por el cierre de negocios y empresas, el desempleo que esto ha provocado y el derrumbe de ventas y servicios para quienes de eso viven y alimentan a sus familias.
Sea publicando sus obras en las redes sociales o en silencio, sin estruendos, muchos han brindado su ayuda a desconocidos o a sus vecinos o al anciano cercano a sus hogares.
Sin embargo, frente a esta encomiable realidad, se yergue otra: la del egoísmo, la indiferencia, la desinformación. Reducida en frases, esta actitud negativa se muestra en expresiones como: “no pasa nada”, “esto es un invento del gobierno”, “de algo vamos a morir”, o los reclamos de un sector del empresariado que reclama un rescate semejante al Fobaproa que aún estamos pagando con nuestros impuestos y lo seguirán pagando nuestros hijos y nietos. El peligro es que la sociedad regrese a esta normalidad perversa.
El peligro es real y va unido a la crisis económica cuyos efectos ya se adivinan e incluso se viven en las familias de los desempleados o los pequeños comerciantes cuyos negocios permanecen cerrados.
Todas las predicciones van en el sentido que el mundo se enfrenta a una recesión tal que, en lugar de crecer, la economía retrocederá hasta un 3% en el año. En México, esto golpeará principalmente a la producción agropecuaria. Hoy, preocupados por la pandemia, no hemos caído en la cuenta que para los pequeños productores ha llegado el tiempo de la siembra y los apoyos gubernamentales están dirigidos hacia la crisis de salud y los campesinos están desprotegidos.
La crisis golpeará también a los propietarios de pequeñas empresas, pese al apoyo que el gobierno ha determinado otorgarles vía préstamos. Unido a esto va el desempleo. Muchas pequeñas empresas están imposibilitadas de volver a contratar trabajadores; las medianas ya los han despedido y las grandes empresas plantearán dos opciones: el despido o la reducción de salarios; al tiempo que seguirán presionando al gobierno para establecer un presunto rescate de sus capitales.
Hay un sector de la clase política, a la que se ha unido un sector de los “opinadores” en los medios informativos y en las redes sociales, dispuestos ambos a descarrilar al gobierno actual y recuperar el poder y las prebendas perdidas.
Estas personas, cegadas por sus ambiciones personales o la acumulación de riqueza, se niegan a aceptar que, si al gobierno le va mal, a México le va mal. Sin embargo, ellos se guían por el principio de que “a río revuelto, ganancia de pescadores”. Así pasó en la crisis de 1995 y esperan que así suceda hoy, no importando la pobreza en que caiga la mayoría de los mexicanos, ni la violencia institucionalizada, ni la corrupción a la que ellos están acostumbrados.
Aunado a estas situaciones económicas y políticas, se encuentran los aspectos de educación y consolidación de los valores humanos.
La contingencia ha presentado un reto inesperado para el sistema educativo nacional, principalmente en los niveles básico y medio, en los cuales no había diseño alguno de educación a distancia. Para muchos escolares esta situación los ha llevado a padecer un exceso de tareas que, unido a la restricción para salir de casa, les está causando un nivel de estrés no previsto.
Es un reto para la educación pública el diseñar nuevos mecanismos y métodos de enseñanza que no se cubren con nuevas leyes de educación, sino a través de un estudio serio y participativo, para enfrentar este reto para la enseñanza.
Aun cuando parezca un salto sobre el laicismo establecido en el país, hay que tomar en cuenta que las iglesias han suspendido sus actividades, no solo de culto, sino de acción pastoral para niños, adolescentes, jóvenes, parejas de novios, adultos y adultos mayores.
Frente a esta situación que está a la puerta, continúa amenazando los hogares, las calles, los pueblos y los campos el fantasma de la violencia y la inseguridad. Este es un reto que aún no ha podido enfrentarse con éxito y, por el contrario, se incrementará con la pobreza y el desempleo.
Habrá que tomar en cuenta, también, que un sector importante de la población va formando su criterio de valores de acuerdo con las enseñanzas de su iglesia y las dinámicas que se aplican en los grupos a los que pertenece. Sin duda, esto constituye un reto a futuro para sacerdotes y pastores; pero también un reto para una sociedad que requiere ser más humana, más ética; una sociedad que necesita aprovechar el despertar de la solidaridad, de la compasión, de la fraternidad que en la nueva normalidad debe ser el eje de su ser y actuar. Solo así, cada uno de nosotros estará contribuyendo a un México más justo, más humano, más igualitario.