Nicolás Dávila Peralta
Brasil tiene un nuevo presidente, el ultraderechista Jair Bolsonaro, ganador en la segunda vuelta frente al candidato del Partido del Trabajo Fernando Hadadd. Los resultados de la elección significan el fin de los gobiernos de izquierda moderada de Luiz Inacio Lula da Silva y de Dilma Rouselff. Bolsonaro obtubo el 55.2 por ciento de los votos, contr el 44.8 de Hadadd.
El discurso de Bolsonaro fue preocupante en cuanto a su modo de pensar y anuncio de un modo de actuar que regresa a Brasil a la época de las dictaduras militares de los años 60 y 70. Derechista radical, pentecostal convencido de que su triunfo es una misión divina, el nuevo mandatario brasileño es misógino, racista, homofóbico, con un alto desprecio hacia los indígenas, convencido de que la preservación de la Amazonia va contra el progreso del país y defensor de los años de la dictadura como los mejores para Brasil.
¿Por qué, entonces, los brasileños votaron por él?
Cuano Lula da Silva llegó al poder, el panorama cambió no solo en Brasil, sino en la mayoría de los países del Cono Sur. Venezuela, Volibia, Argentina, Paraguay, Perú, Ecuador, vieron llegado el momento de enfrentar juntos al podería neoliberal encabezado por los Estados Unidos.
La gestión de Lula pareció ser tan exitosa, que el Partido del Trabajo volvió a ganar la presidencia y todo anunció la continuación del proyecto de izquierda.
Pero todo cambió cuando la oposición empezó a investigar y a descubrir las anomalías de las dos administraciones. Se destituyó a la presidenta, se puso en su lugar un interino que volvió nuevamente los ojos hacia el capital y vinieron las elecciones con el resultado más desalentador para Latinoamerica: la vuelta de la derecha radical, esa derecha que le abrió las puertas al capitalismo voraz durante la dictadura chilena de Augusto Pinochet.
Los analistas explican el triunfo de la ultraderecha por la recesión y el estancamiento económico en que la izquierda dejó al país; pero, sobre todo, por los actos de corrupción que llevaron a la destitución de la presidenta y el encarcelamiento de Lula da Silva.
El resurgimiento de la ultraderecha en Brasil, debe ser una llamada de atención para la izquierda mexicana que, a través del Movimiento de Regeneración Nacional (Morena) asumirá la Presidencia de la República el próximo 1 de diciembre; misma que ya cuenta con la mayoría en las dos cámaras del Congreso de la Unión y en varios Congresos locales, como en el estado de Puebla.
Lo peor que le puede pasar a la izquierda triunfante, es creer que ya tiene todo el poder y que las derechas han desaparecido y el otrora partido en el poder es solo un recuerdo. Eso es solo una entelequia. Una y otro están ahí, son la oposición, la misma oposición que ya está atenta a juzgar la gestión de la izquierda.
Por esto, es preocupante el autoritarismo con el que se empieza a comportar la representación de la coalición “Juntos Haremos Historia” en el Congreso del Estado de Puebla, tanto en su conjunto, como en lo particular varios diputados. Gobernar no es imponer, gobernar tampoco es marginar; gobernar en buscar consensos, escuchar, argumentar y lograr acuerdos; solo en casos extremos hacer funcionar su mayoría.
Preocupante es, también, la precipitación en la toma de decisiones del próximo gobierno federal (hay que subrayar próximo, porque aún no asume el poder), como es el caso de la consulta popular para definir el futuro del Nuevo Aeropuerto Internacional de la Ciudad de México, inconsistente por su metodología y marco legal; pero, sobre todo, por ser una acción precipitada para tomar una decisión que no corresponde a una gestión que aún no ha iniciado.
De no actuar con prudencia y caer en el autoritarismo, con decisiones que no midan las consecuencias; pero, cobre todo de caer en vicios de corrupción, la esperanza de México nos puede a conducir al triunfo de una ultraderecha que los mexicanos no queremos (por eso se votó por Morena) ni merecemos.