Punto de Vista / Nicolás Dávila Peralta
La semana pasada estuvo en México el secretario de Estado de los Estados Unidos, Rex Tillerson, para participar en una cumbre de cancilleres de América del Norte en la que, además de él, participaron la canciller canadiense Chrystia Freeland y el secretario de Relaciones Exteriores de México, Luis Videgaray. La nota, sin embargo, la dio el canciller estadounidense, quien puso sobre la mesa los temas de Venezuela y Rusia.
El tema de Rusia es el mismo que han manejado los dirigentes del Partido (ex) Revolucionario Institucional y el equipo de su candidato José Antonio Meade: que la campaña del candidato de Morena es financiada con recursos del gobierno ruso.
El estadounidense Rex Tillerson pidió a México estar alerta ante una posible injerencia rusa en las elecciones presidenciales, y afirmó: “Sabemos que Rusia tiene tentáculos en diferentes elecciones en el mundo. Lo hemos escuchado de colegas europeos y mi asesoría es que presten atención a lo que está sucediendo”.
¿ASESORÍA? ¿Alguien del gobierno mexicano le habrá pedido asesoría a la Secretaría de Estado del país del norte?
Pero esta “alerta” de Tillerson responde a toda una campaña de la derecha estadounidense para frenar el ascenso de gobiernos que, en América Latina pudiesen estar en contra de los partidos, organizaciones y gobiernos de derecha.
Hebert McMaster, asesor de seguridad nacional de Donald Trump ya había señalado que Rusia estaba buscando la forma de influir en el proceso electoral mexicano, con la estrategia de polarizar las posturas de la población, afirmación que el presidente del PRI y el vocero del candidato de ese partido tomaron como bandera para atacar a Andrés Manuel López Obrador.
Y aún hay más, lo que revela que la estrategia en la que el PRI hace el papel de “tonto útil”, tiene como origen el gobierno de extrema derecha de Trump y las organizaciones de esa misma línea del continente americano.
Días antes de su visita a México, Tillerson recibió una carta del senador republicano Marco Rubio, miembro de la comunidad cubana anticastrista de Miami. En esa carta le sugiere al secretario de Estado que el gobierno de Trump debiera ¡proteger! a México de la amenaza de una injerencia Rusa en las elecciones presidenciales.
Si esto no fuese suficiente, el legislador venezolano Rafael Ramírez Colín, del Partido Primero Justicia, opositor a Nicolás Maduro, alertó sobre el peligro que representa para México -según él- un triunfo de Morena, porque integraría a México en lo que él llamó “el eje del hambre” que, desde luego identifica con los países que no se doblegan a los deseos de los Estados Unidos, e igual que los funcionarios de ese país, alertó sobre la intromisión rusa en los comicios mexicanos de este año.
Fue precisamente el caso de Venezuela el asunto más relevante en la mesa de diálogo de los cancilleres de México, Estados Unidos y Canadá.
También ahí, la voz cantante fue de Tillerson, quien días antes había expresado que su país no rechazaba la opción de un golpe de estado en Venezuela para restablecer la democracia, porque “las fuerzas militares son agentes de cambio cuando las cosas van mal”.
En México, sin embargo, centró su discurso en la realización de elecciones justas en Venezuela, el respeto a la Asamblea Nacional y la disolución de la Asamblea Constituyente.
El gobierno mexicano, a través de Luis Videgaray expresó tibiamente la postura de México: solución pacífica al conflicto político venezolano, tibieza que fue reclamada por los senadores de oposición (PAN, PT, Morena y PRD) quienes demandaron del gobierno una postura firme de rechazo a cualquier intervención militar de Estados Unidos contra Venezuela.
Así pues, si unimos las alertas sobre intervención rusa en México, la presión de grupos de derecha y anticastristas, la actividad de venezolanos de derecha apoyando la campaña del candidato del PRI Antonio Meade, nos encontramos con una estrategia única a favor de continuar en México un gobierno afín a la corriente más conservadora de los Estados Unidos, consolidar a nuestro país en el bloque de la derecha política y económica, y frenar cualquier cambio que beneficie verdaderamente a todos los niveles de la sociedad mexicana.