Desde la segunda década del siglo XX, las organizaciones católicas, golpeadas por el anticlericalismo y el carácter antirreligioso de muchos caudillos revolucionarios, vieron en las acciones y, principalmente en la Constitución de 1917, la acción de los comunistas en el futuro de México. Dirigentes de la Unión de Católicos Mexicanos acusaron a Plutarco Elías Calles de ser impulsor del ateísmo comunista, a pesar de que el fundador del Partido Nacional Revolucionario fue un admirador de Adolfo Hitler.
Cuando asumió la Presidencia de México el general Manuel Ávila Camacho, el anticomunismo se convirtió en norma de gobierno; de este modo, se marginó a los políticos de izquierda y se logró una alianza discreta con el clero. Esta política alineó al país a la “guerra fría” encabezada de los Estados Unidos para frenar el avance del comunismo soviético en el mundo y, desde luego, en México.
De este modo, cualquier muestra de descontento o reclamo de derechos conculcados fue calificada como obra del comunismo internacional. A muchos líderes se les acusó de tener vínculos con Rusia. El comunismo soviético se derrumbó en 1992 y Rusia se convirtió en un país capitalista. Todo hacía suponer que la acusación de tener vínculos con Rusia había perdido su sentido subversivo, como los grupos anticomunistas habían perdido su bandera de combate. Pero no es así.
La acusación de la intervención rusa en las elecciones de los Estados Unidos y ahora en México, tiene el tufo del antiguo anticomunismo; sin embargo, hoy el PRI la toma como bandera en contra de su principal contrincante por la Presidencia de la República. Resulta ridículo el discurso del presidente nacional del PRI Enrique Ochoa Reza y su “hijo pródigo” Javier Lozano Alarcón, de que el precandidato de Morena tiene el apoyo de Rusia. Esto huele a anticomunismo rancio, en una época en que el comunismo ruso como proyecto político ha muerto.
Los estrategas de la campaña del candidato priista afirman que la acusación de injerencia del gobierno ruso en la campaña de precandidato de Morena tuvo como origen información de un diario estadounidense donde se habla de un funcionario del presidente Donald Trump, que dijo haber visto “señales” de que los rusos habrían intervenido en las elecciones mexicanas.
Esto lleva a pensar, por un lado, de que esta acusación es una estrategia de sectores de derecha de los Estados Unidos para frenar a un candidato e impulsar a otro; de ser así, es triste que la dirigencia priista se someta a esta estrategia. De no ser así, si esta acusación de injerencia rusa, así como las pintas en Venezuela provienen del priismo nacional, entonces muestran una gran pobreza en las estrategias de quienes diseñan la campaña del candidato priista.
Pero hay más. Las organizaciones de ultraderecha vinculadas a los sectores integristas católicos han creado una página de internet para orientar el voto hacia la derecha.
En la página www.votocatolico.mx, estos grupos llaman a defender “la vida, la familia y la libertad religiosa” lo cual se concreta en la lucha contra la legalización del aborto y la eutanasia, el rechazo al matrimonio entre personas del mismo sexo y el reclamo de enseñanza religiosa en las escuelas.
En la página conminan a los católicos a no votar por “alguien que ha apoyado o va a apoyar el aborto, o la eutanasia”, “decidir por políticos que promuevan y apoyen a la familia fundada en el matrimonio entre hombre y mujer” y “apoyar a candidatos que promuevan decisiones para fortalecer el derecho y la libertad de educación de los hijos”.
Para muchos, esto parece correcto; sin embargo, han sido en el presente siglo las banderas de la ultraderecha para lograr mayores espacios de gobierno y orientar éste hacia el establecimiento de un Estado católico, aspiración de los grupos de ultraderecha desde el siglo XX.
Por otro lado, estos principios no los presentan como una opción libre, sino como una obligación; son, dicen en su página, “principios no negociables que debe tomar en cuenta un católico al momento de votar”.
¿Qué sigue? Seguramente una campaña a favor de los candidatos panistas y en contra del resto de aspirantes tanto a la Presidencia de la República como a los demás puestos de elección popular a quienes la ultraderecha acusará de abortistas, homosexuales y ateos.
Así, entre los priistas que gritan que hay injerencia rusa y la ultraderecha que levanta sus banderas integristas, se busca ensuciar a la incipiente democracia mexicana.