Nicolás Dávila Peralta / Punto de Vista
Los economistas han creado el término inflación para referirse a los que el mexicano común llama encarecimiento de la vida. Hoy estamos padeciendo un nuevo momento inflacionario; los precios de la canasta básica, de esos productos que se venden en los mercados, en las verdulerías, las carnicerías, las tiendas de abarrotes, han subido los últimos meses.
El gobierno mexicano reconoce que la inflación en 2021 alcanzó un promedio del 7.36 por ciento, un porcentaje que no se veía en 21 años. Esto ha generado cierto descontento social que ha sido aprovechado por la oposición al actual gobierno federal y por mexicanos de clase media, sobre todo, que se sienten desilusionados con la Cuarta Transformación de López Obrador.
Es evidente que cualquier desequilibrio en las finanzas familiares provoca descontento; sin embargo, habrá que analizar las causas de esta elevación de precios para poder valorar los alcances y el impacto de esta etapa inflacionaria.
A diferencia de los gobiernos de López Portillo, Miguel de la Madrid, Carlos Salinas y Ernesto Zedillo, donde las causas inflacionarias fueron principalmente internas, en la actual crisis existen causas externas, derivadas de la pandemia de Covid-19.
Las medidas de reclusión, aplicadas durante las primeras olas de contagio, derivaron en el desequilibrio de los mercados internacionales e impactaron a muchas empresas, entre ellas el sector automotriz y la fabricación de chips, necesarios hoy para diversos productos.
La pandemia no fue selectiva, impactó lo mismo a países pobres que a las grandes potencias económicas, como Estados Unidos y China, y a los demás países considerados de primer mundo, como los de Europa. Esto generó cierre de empresas y suspensión de servicios, desempleo, crisis en el sector salud de todos los países; el resultado, crecimiento de la pobreza.
Baste un dato, solamente: el país considerado la principal potencia mundial, los Estados Unidos, cerró el año 2021 con una inflación de 6.8%, apenas medio punto debajo de la de México. A esto se une la crisis de desempleo que ha impactado a los estadounidenses y que ha golpeado también a nuestros compatriotas migrantes.
La inflación, pues, tiene una causa mundial que, necesariamente, tenía que golpear a la economía mexicana, ya que, como el resto del mundo, tuvo que suspender actividades económicas con su efecto esperado: el desempleo y el desequilibrio entre la oferta y la demanda, causante de la elevación de precios.
El gobierno mexicano se ha mostrado optimista, considera que este fenómeno inflacionario será pasajero y que el país se recuperará conforme se vaya saliendo de la pandemia. Todos esperamos que así sea.
Una mirada hacia atrás
Como decía al principio, sectores de la oposición política y empresarial, así como un sector de la población han usado la inflación como una nueva bandera de ataque contra la administración del presidente Andrés Manuel López Obrador. Sin embargo, las críticas sirven para ocultar los grandes errores económicos de sexenios anteriores.
Si nos vamos hasta los años 70 del siglo pasado, encontraremos que en el sexenio de Luis Echeverría Álvarez, el manejo del presupuesto fue de dispendio; basta recordar las giras internacionales de ese mandatario con un séquito de más de cien personas, con grupos musicales, de danza folclórica, periodistas, decenas de funcionarios. Al final de su mandato, la inflación superó el 100% y el peso inició una serie de devaluaciones que lo debilitarían frente al dólar.
José López Portillo, el que prometió administrar la abundancia, despilfarró los ingresos petroleros y llevó al país a inflaciones anuales que fluctuaban entre el 16 y el 30 por ciento. La moneda se devaluó de 22 a 70 pesos por dólar.
Pero el mayor derrumbe de la economía lo vivimos con el gobierno de Miguel de la Madrid Hurtado. Con él, la inflación fue del 51 al 159 por ciento. El peso llegó a 150 por dólar. En este desafortunado sexenio todos fuimos millonarios, pues los precios se cotizaban por miles y millones de pesos. Había monedas de mil pesos.
Con Carlos Salinas de Gortari el índice inflacionario fue artificialmente controlado, porque el primer día de 1993, entró en circulación el nuevo peso, que consistió en quitarle tres ceros a la moneda para, de este modo, dar la apariencia de que los precios bajaban. Así, algo que con el peso anterior costaba mil, con el nuevo pasó a costar un peso. Triste fue para los ahorradores, pues quienes tenían 500 mil pesos en un banco, se encontraron con que su capital era de solo 500 pesos, pero todos estuvimos contentos porque artificialmente los precios bajaron.
Si hoy volvemos añadir los tres ceros a la moneda, podemos ver el nivel de inflación que nos dejaron los sexenios de Salinas y Zedillo.
Al iniciar el sexenio de Ernesto Zedillo Ponce de León, nos dimos cuenta que el país de primer mundo prometido por Salinas estaba pegado con alfileres; en diciembre de 1994 estalló la crisis; los precios se elevaron, los intereses subieron y los bancos entraron en crisis. El resultado, mayor pobreza, la devaluación del peso en un 60 por ciento y el rescate bancario a través del Fondo Bancario de Protección al Ahorro (Fobaproa) que endeudó al país de tal modo, que estaremos pagando esa deuda con nuestros impuestos, nosotros, nuestros hijos y nuestros nietos.
Fue Ernesto Zedillo Ponce de León, defensor radical del neoliberalismo, quien terminó de malbaratar las empresas nacionales que a Salinas no le había dado tiempo de vender.
Los gobiernos panistas de Vicente Fox Quezada y Felipe Calderón Hinojosa, no fueron mejores. Si bien en sus gobiernos la inflación no superó los dos dígitos, el desvío de recursos fue notorio. Doña Martha Sahagún aprovechÓ el puesto de su marido para enriquecer a sus hijos, los Bribiesca, y Calderón orientó los recursos públicos a su “guerra” contra el narcotráfico y en una inservible “Estela de Luz” y en una barda que quiso ser refinería en Tula, Hidalgo.
Con Enrique Peña Nieto, la inflación cerró en 4.83 por ciento; pero como en los sexenios priÍstas anteriores, la preocupación fue la macroeconomía; por esto, para no elevar la inflación se congelaron los salarios. De este modo, no subieron notoriamente los precios, pero el salario perdió capacidad de adquisición.
Hoy, es indudable que el golpe de la inflación está pegando a todos los bolsillos de los mexicanos; es innegable que la pobreza no se ha logrado abatir y que el desempleo ha impactado a todas las familias, pero principalmente a las más desposeídas y es urgente que el gabinete económico asuma con empeño su responsabilidad de enfrentar esta crisis económica a fin de que sea pasajera y sus efectos no impacten profundamente el proyecto de la Cuarta Transformación que, vale decirlo, se ha sustentado en un gobierno austero y en la orientación del presupuesto hacia la política de asistencia social y a las obras que, en el futuro constituirán un factor de crecimiento económico.
Pero, además, el sector privado deberá asumir su responsabilidad, como factor primordial de la economía, para lograr un justo equilibrio económico que contribuya a disminuir el fenómeno inflacionario.