Nicolás Davila Peralta
El 14 de septiembre de 1968, cinco trabajadores administrativos de la Universidad Autónoma de Puebla organizaron una excursión a La Malinche. Salieron de la ciudad de Puebla por la tarde, a fin de avanzar lo más posible, para alcanzar la cima al día siguiente; abordaron un transporte que los llevó al pueblo de San Miguel Canoa.
Ahí, los sorprendió la lluvia y decidieron buscar refugio en una casa, ya que la lluvia les impedía avanzar y no había ya transporte de regreso a la ciudad de Puebla. La gente los vio con desconfianza, pero un lugareño les dio cobijo.
Ya a resguardo de la lluvia empezaron a escuchar un repique de campanas y movimiento de pobladores en las calles del lugar; luego escucharon tiros, pero el dueño de la casa les dijo que eran cohetones, por la víspera de las fiestas patrias.
Sin embargo, una turba armada de palos, machetes y una que otra escopeta llegaron a la casa donde se refugiaban y le pidieron a gritos al dueño que les entregara a los trabajadores universitarios porque, afirmaron, eran comunistas que iban a poner una bandera roja en la iglesia y a profanar la imagen de san Miguel Arcángel.
Al no recibir respuesta, rompieron la puerta de la casa, entraron, asesinaron a quien les había dado posada y a un hermano de éste y empezaron a golpear a los trabajadores; a dos de ellos los echaron a la calle ya sin vida y a los otros tres los amarraron, los arrastraron hasta la plaza del lugar y los golpearon con palos y machetes hasta que los consideraron muertos. Detuvieron su agresión cuando llegó la policía de la ciudad de Puebla junto con ambulancias de la Cruz Roja.
Cuatro muertos y tres heridos de gravedad, uno de ellos con los dedos de una mano mutilados, fue el resultado. El castigo a los agresores nunca llegó.
El otoño de 1968 fue de sangre y fanatismo. En la Ciudad de México había estallado el descontento estudiantil que fue creciendo cuando el gobierno respondió con la represión: policías, granaderos y tropas del ejército fue la respuesta del gobierno del poblano Gustavo Díaz Ordaz que culminaría el 2 de octubre con la masacre de jóvenes en la Plaza de Tlatelolco.
En Puebla, estudiantes y algunos profesores de la Universidad manifestaron su solidaridad con el movimiento estudiantil y las organizaciones de derecha, como el Frente Universitario Anticomunista, así como la mayoría del clero aceptaron y difundieron la versión oficial de que el movimiento estudiantil era obra del comunismo internacional, enemigo de Dios, que quería terminar con la “civilización cristiana”. De este modo decir universitario era decir comunista.
Dos de los trabajadores de la UAP trabajaban en la biblioteca, uno era chofer y el otro, conserje; ninguno militaba en el Partido Comunista ni participaban en el movimiento estudiantil. Pero en Canoa, las prédicas del párroco que hablaba del peligro comunista alimentó el fanatismo de los pobladores del lugar.
Por eso, la turba enardecida, al saber que eran de la universidad dedujo que eran comunistas, enemigos de Dios, así que había que terminar con ellos. Y así lo hicieron.
Hoy, a cincuenta años de distancia, el fanatismo ha cambiado de bandera, pero sigue siendo fanatismo; en Canoa la sangre fue derramada por el fanatismo religioso anticomunista; hoy el fanatismo es el de hacer justicia por propia mano, porque la justicia del gobierno no sirve.
En 1968, el fanatismo fue creado por las prédicas del párroco, la información de los periódicos de la época y los volantes que los anticomunistas repartían en las calles de Puebla.
Hoy, el fanatismo es creado por las redes sociales que difunden noticias falsas que no solo alarman a la gente, sino que la llevan a tal grado de alerta que ven “robachicos” en cualquier persona extraña. Ayer fue Canoa; pero hoy, los linchamientos se han multiplicado: en Acatlán queman vivos a dos campesinos, en el estado de Hidalgo, a una pareja; y así día a día se multiplican los hechos violentos de gente que cree hacerse justicia por propia mano. La motivaciones la misma, el fanatismo.