Con cariño para Mary
Son las doce del día, no me ha dado tiempo llegar a la ceremonia, todos se han ido, dejaron rastros en todas partes, hay flores, huellas y un olor a incienso penetrante, me conduzco por los colores de las rosas que se asoman en un pasillo, hasta que mis ojos te descubren:
¡Aquí yacen los restos de la mujer más feliz del mundo!
Es lo que cantan cada una de las letras que decora una lápida que sobresale dentro del panteón, el contorno de la tumba tiene notas musicales y un sin número de marcas de manos de diferentes tamaños que acarician la superficie, en la cabecera, una réplica de La Piedad, parece que vigila que nada se escabulla del lugar y todo obedece, porque el viento tibio y las aves se arremolinan en ese lugar.
Ha pasado casi un año desde la última vez que nos vimos y hoy, aunque aún puedo sostenerme y caminar por mi cuenta, mis piernas tiemblan al encontrarte, no solo son los años, también es el calor y por supuesto, la emoción que despierta con tus recuerdos. Es primavera, tu estación favorita, el sol está en su plenitud, ¿ya lo viste?; ha robado cualquier intensión de sombra a las nubes.
Descanso por fin a los pies de tu morada, cierro mis ojos para aprisionarte, y respiro profundamente, porque la sensación de paz que inunda el pequeño espacio en el que descansas se prolonga cuando los cierro. Es tu cumpleaños número setenta y ocho y aunque no es lo más convencional en lo que se refiere a citas, lo importante como siempre dices, es la compañía.
¿Te acuerdas de Teresa? El lunes de hace quince días después de dos domingos sin ir a misa, la encontraron encerrada en su casa, hervía de gusanos y el hedor asaltaba todo el vecindario, no pudieron levantarla completa, la sacaron en pedazos, nadie se dio cuenta de su muerte; solo sus perros que rasguñaban las puertas, sus hijos llegaron dos días después, ya sabes, todos tienen cosas que hacer, pasaron a saludarme antes de irse y a preguntarme si podía hacerme cargo de la venta de la casa; ni tiempo me dieron de contestar -piénselo y después le hablamos- dijeron; pobrecita de su madre, si viviera se volvería a morir, ¡pobrecita! Iba a venir conmigo a verte… Hoy pasé a dejarle un ramo de gardenias, sus flores favoritas y casi me deja el camión de las siete, pero aquí estoy, más de cinco horas después, pa´saludarte, pa´cantarte las mañanitas y decirte que el próximo año, sin duda estaremos juntas, siempre quise tener ochenta años y ya los cumplí…
Shh… shh, ¡ahí está!… -¡Matilde! ¿cómo has llegado hasta aquí?, llevamos casi cinco horas buscándote, -Las palabras provenían de tres jóvenes asustados que hacían su servicio social en el albergue para ancianos de la ciudad. Tomaron del brazo a la diminuta mujer que sonreía de manera discreta mientras que trabajosamente se incorporaba.
– ¡Ya vinieron mis hijos por mi Mary preciosa! ya me tengo que ir.
-Eres muy desobediente mujer, -replicaban los chicos, mientras a regañadientes Matilde les susurraba: -¡Cállense! ¡cállense!, afuera me regañan, ¿que no ven que los va a escuchar Mary?
Y mientras caminaban rumbo a la entrada se colgaba del brazo de cada uno.
– Újule muchachos, ahora sí se tardaron en encontrarme… Estos jóvenes de hoy, ya nos son como los de antes… y en cada escalón recogía sus dos pies para que la cargaran, mientras le gorgoreaban las carcajadas.
Matilde se escapaba el mismo día desde hacía diez años, era la anciana más feliz que jamás conocí.
Maga Escárcega.