#PuntoDeVista
Por: Nicolás Dávila Peralta
En la marcha conmemorativa de la masacre de Tlatelolco, el 2 de octubre de 1968, volvió a aparecer la horda de encapuchados que, como en manifestaciones pasadas se dedicaron a dañar edificios públicos y, esta vez agredieron a quienes cuidaban la manifestación.
La presencia de estos sujetos no es nueva, en todas las marchas de protesta contra los gobiernos anteriores estaban presentes y se hacían llamar anarquistas.
Su acción está muy lejos de representar al anarquismo, corriente política que plantea la superación de la supremacía del Estado para hacer posible la soberanía popular. Ejemplos del verdadero anarquismo, son los hermanos Flores Magón, precursores de la Revolución Mexicana.
Anarquismo no es encapucharse para delinquir, causar desórdenes e intentar desprestigiar las justas protestas y demandas de los ciudadanos o, como el caso del pasado 2 de octubre, de conmemorar la lucha estudiantil contra el autoritarismo.
Estas actitudes, desde luego, son condenables; sin embargo, estos individuos no actúan por cuenta propia; detrás de ellos hay una mano perversa cuyo fin es desestabilizar al país, desprestigiar las protestas sociales y buscar la respuesta represiva de las autoridades.
Esa mano perversa ha cuidado en extremo no dejarse ver, no identificarse, igual como lo han hecho por más de un siglo las organizaciones de extrema derecha, secretas y juramentadas, que han utilizado organizaciones creadas por ellos para sus acciones.
Así lo hizo el Yunque con el FUA y el MURO y hoy lo sigue haciendo con Pro Vida y otras organizaciones más.
Las acciones de estas bandas han contaminado incluso las marchas de mujeres que demandan respeto a sus derechos humanos. Triste papel desempeñan las mujeres encapuchadas que no solo han realizado pintas en edificios y monumentos, sino que han tratado de incendiar algunos espacios públicos.
Ellas constituyen la versión femenina de los vándalos “anarcos”.
Los grupos de oposición al actual gobierno, están pendientes de las acciones de estas bandas. Si el gobierno no los reprime, lo acusan de tolerante y hasta indiferente; pero si llegase a reprimirlos, alzarían la voz contra un gobierno que calificarían de autoritario.
Habrá que buscar en sectores políticos de oposición, sean partidos u organizaciones de extrema derecha, a la mano perversa que envía a los “anarcos” a causar desórdenes y atentar contra el patrimonio histórico y culturan y contra la propiedad privada.
Los “anarcos” no son revolucionarios, son vándalos manejados por la oposición que no encuentra el rumbo. Por eso, es bueno que a raíz de la manifestación del 2 de octubre pasado, se hayan abierto ya seis carpetas de investigación por lesiones dolosas y daños en propiedad ajena. Sin acciones represivas, es necesario hacer justicia.
“La Escuela es Nuestra”
El presidente Andrés Manuel López Obrador estuvo los días 4 y 5 de este mes en el estado de Puebla; ahí dio a conocer la aplicación del programa “La Escuela es Nuestra”, a través del cual se busca entregar los recursos federales destinados a la educación, directamente a las escuelas, sin intermediarios, con el fin de evitar la corrupción.
“Cada escuela, dijo el Presidente, va a manejar sus recursos para construcción, rehabilitación, mantenimiento de las aulas de los planteles educativos”.
Las primeras escuelas del país beneficiadas serán las que están en las comunidades indígenas y en zonas marginadas.
Bien por la medida, pero así se enfrenta solo la corrupción de los intermediarios. Es necesario que se fiscalice escrupulosamente el uso que le den a esos recursos los directores y los comités de padres de familia de las escuelas; porque, como diría Cantinflas, “ahí está el detalle”.