Por: Nicolás Dávila Peralta
La imagen de Oscar Alberto Martínez y su pequeña hija Angie Valeria Martínez, de escasos dos años de edad, ahogados en el río Bravo en su afán de cruzar hacia los Estados Unidos, dio la vuelta al mundo e impactó de tal modo que hicieron reaccionar, lo mismo a congresistas y senadores del país del norte que al papa Francisco y a ciudadanos de varios países del mundo.
Oscar, Angie y su esposa Tania Ávalos, salieron de El Salvador en el mes de mayo; todo estuvo bien hasta que llegaron a Matamoros, Tamaulipas. Ahí estuvieron en un refugio esperando que les dieran audiencia para cruzar a los Estados Unidos; pero las autoridades estadounidenses llevan muy lento este proceso y la familia se desesperó, sobre todo por las temperaturas que en la frontera de Tamaulipas alcanza los 43 grados. Ésto los motivó a cruzar el río. El resultado, padre e hija se ahogaron, mientras la madre y esposa veía desde la rivera la tragedia.
Estas no son las primeras muertes, pero sí las más impactantes. Muchos han muerto en los desiertos de Nevada y Texas; otros han sido asesinados por los racistas que actúan impunemente en la región fronteriza del lado estadounidense; la mayoría de los migrantes son víctimas de los “polleros” que los abandonan a su suerte y a la muerte en cajas de tráileres.
Esa es la realidad no solo de migrantes mexicanos, sino –como en este caso- de quienes, desde Centroamérica, el Caribe e incluso desde África y Asia, buscan mejorar su vida, salvarse de la inseguridad y de la pobreza que se vive en sus países de origen.
La migración en estas condiciones es un problema estructural que muchos, empezando por Donald Trump y los miles que en las redes sociales reprueban el apoyo del gobierno de México a migrantes y gobiernos centroamericanos, no alcanzan o no quieren comprender.
Nadie abandona su país en estas condiciones de riesgo, por gusto; eso lo hacen sólo los turistas que con la cartera llena cruzan hacia los centros de diversión y recreación allende el río Bravo.
Los migrantes huyen de la pobreza y la inseguridad y muchas veces, como en este caso, huyen de una muerte posible y encuentran una muerte segura. Por esto, mientras no se vea como un problema estructural y, como tal, se busquen y se den soluciones, la ola migratoria continuará hacia los Estados Unidos, como sucede también en Europa con la migración africana.
Guatemala, Honduras, El Salvador, Nicaragua, Haití, por nombrar aquéllos de donde proviene la mayor parte de los migrantes que cruzan México para intentar llegar a los Estados Unidos, tienen una historia de despojos, de mala distribución de la riqueza y de represión.
Centroamérica ha sido el paraíso para las empresas estadounidenses procesadora de productos agrícolas, principalmente frutas. Por décadas han explotado las tierras centroamericanas y han creado una clase alta, enriquecida por esa alianza, mientras resto de los habitantes se ha empobrecido.
Esta situación se sostuvo durante el siglo XX gracias a las dictaduras de derecha impuestas por los Estados Unidos, lo que dio por resultado la aparición de grupos armados rebeldes que, si bien lograron detener los regímenes dictatoriales, no abatieron la pobreza; la corrupción es la tónica de estos gobiernos.
La pobreza y la violencia del siglo pasado han generado pandillas que, como los “maras”, han generado una ola de violencia que hace huir de sus lugares de origen a cientos de familias.
Estos son algunos de los factores de este problema estructural que no se detendrá mientras los gobiernos centroamericanos y de otros países, asuman en serio su responsabilidad de darle a sus ciudadanos mejores niveles de vida, y los Estados Unidos frene su política antimigrante y deje de apoyar el despojo de la riqueza de Centroamérica.
Mientras esto no suceda, seguirán las muertes en la frontera norte y el gobierno de México seguirá enfrentando el problema de las olas migratorias que han tomado al país como ruta de paso hacia un futuro incierto.