El doctor Nicolás Grijalva y Ortiz encuentra en la simplicidad y la observación de los fenómenos naturales una oportunidad para generar ideas que den respuesta a algunos problemas, uno de ellos, la contaminación. Con una trayectoria destacada como académico y científico ha desarrollado un prototipo capaz de romper la capa de inversión que permite la dispersión de partículas tóxicas generadas por contaminación, un mecanismo sencillo que remite a la Física de los huracanes y remolinos.
En gran medida, esta propuesta se vincula con la propia formación del doctor Grijalva, quien es ingeniero civil y también físico. Con ánimo afable asegura que su interés por la ciencia tiene origen en ideas “quijotescas” de hacer cosas por el bien de su país.
Grijalva y Ortiz recuerda que a los 21 años, como alumno del Instituto de Geofísica de la UNAM, realizó su primer trabajo de investigación sobre los efectos sísmicos en una estructura. Fue entonces cuando presentó su primera conferencia a la que invitó a su padre, un ingeniero civil que lo inclinó de forma decisiva en el gusto por la ciencia.
“Dicté mi conferencia y todo salió bien. Al final nos quedamos mi papá y yo, entonces le pregunté qué le había parecido. Él me respondió que no me había entendido nada y añadió: ‘Tienes que saber que las matemáticas se dividen en tres: las útiles, las inútiles y las perjudiciales, y tú ya estás en las perjudiciales’. Desde entonces creo que los proyectos de investigación deben tener utilidad”, recuerda el investigador.
Una trayectoria destacada
Nicolás Grijalva estudió a mediados de los 50, casi de forma paralela, las carreras de Ingeniería Civil y Física. Posteriormente hizo una especialización en Ingeniería Civil y una maestría en Matemáticas Aplicadas en Francia, y en Alemania hizo su doctorado.
Sus estudios se enfocaron en la geofísica oceánica, por lo que tuvo que hacer cruceros a bordo de los barcos de la Universidad de Bergen, Noruega. Ahí adquirió la licencia de piloto naval y fue así como regresó como investigador asociado a la UNAM, en el Instituto de Geofísica, además de desempeñarse como asesor de la Secretaría de Marina.
Para 1968 Grijalva y Ortiz ocupó la dirección de la Escuela Superior de Ciencias Marinas de la Universidad Autónoma de Baja California y fue justo en ese periodo cuando trabajó por la creación de una institución de investigación de alto nivel, que ahora se conoce como el Centro de Investigación Científica y de Educación Superior de Ensenada (CICESE), en Baja California.
“Antes de que naciera el Conacyt, el entonces candidato a la presidencia de la República, Luis Echeverría Álvarez, visitó La Paz en 1969, donde una delegación de alumnos que envié lo invitó a conocer la Escuela Superior de Ciencias Marinas en Ensenada. Él accedió y aproveché para plantearle un centro de investigación de excelencia en Oceanografía, Ciencias de la Tierra y Física Aplicada. Ya como presidente se formó el Conacyt y en septiembre de 1973, el presidente anunció la aprobación del CICESE”.