Magaly Escárcega
La canción “Caminito de la escuela”, con la que se anuncia el fin de la jornada escolar ha terminado, mis hermanos pequeños ya están esperándome en el portón de la escuela, sus manos heladas toman impacientes las mías, no ha dejado de llover, el camino es resbaloso y la neblina nos acompaña por todo el sendero, me siento gallina con mis cuatro pollitos.
Desde la entrada del callejón nos endulza el olfato, los olores de la exquisita comida que prepara la tía Teté en su restaurante; seguimos caminando, nuestra casa se encuentra casi al final del atajo, la puerta de la entrada está cubierta de bolsas de plástico por que los vidrios se han roto. Adentro nos espera Mago, la señora que nos cocina; la comida de hoy es: sopa de papas y chilaquiles.
A las cuatro de la tarde como es su costumbre se va y nos divide el quehacer de la casa, lavar los trastes, recoger la mesa, barrer, hacer la cama donde dormimos los cinco y terminar la tarea; yo no quiero que se vaya porque empieza a hacer aire y la jacaranda roza con sus ramas el techo de la casa, pero el contrato es solo la comida, además “ya estás grande –dice-, ya vas a la secundaria”.
Toma su rebozo y avanza hacia la salida con pasos lentos, son 18 en total.
Debemos aprovechar la luz del día y casi a las siete de la noche ya hemos terminado todo, en la repisa solo quedan dos velas y don Pino, el tendero, ya no quiere fiarnos; la cuenta de este mes ha rebasado el crédito que nos prometió; suplico y solo consigo una más, afuera llovizna y solo se perciben sombras en algunos rincones de las calles. La noche imperdonable… llega.
Es hora de dormir, todo se siente húmedo, frío, ajeno; mis pequeños por fin descansan, pero yo no puedo, es por el frío… el maldito frío, me inunda, me habita, me mata, me roba el aliento y después, se hace cómplice de mis miedos; hace días que me acecha, me despierta antes de las cinco, entra por mis ojos, merodea la cama y se recuesta junto a mí, toca ligeramente mis pies, después, mi nariz y mis orejas, busco a ciegas la sábana, me deja descansar un par de horas; inicia otra vez el jugueteo, ahora con mis manos, después… me abraza e inevitablemente se adhiere a mí; me asfixia su presencia y entonces mis párpados que apresan con resistencia las miradas contenidas, terminan vencidos por él, y despierto y lo siento y me arrastra.
Hoy, amanecí justo debajo de la mesa de la vieja casa, cuatro cuerpos me abrazan y tiemblan conmigo, no sé qué hora es, pero hace mucho frío, es febrero, el viento lo recuerda, nos cortaron la luz y las velas se han consumido, tengo miedo; el sonido que producen las ramas de la jacaranda al chocar con el techo provocan estertores casi rítmicos a todos, – shhhn, no pasa nada balbuceo, quiero gritar… hablar… pedir ayuda, pero… el viento, el frío, el miedo… me han enmudecido y entonces vuelvo a los cuerpos, los abrazo y los cobijo con mis piernas y mis brazos.
Amanece por fin, el huapango que suena en la bocina de la presidencia lo anuncia, regresan mis temores a su sitio, siento un zapateo en mi pecho y frío, mucho frío. La mañana es prometedora, me incorporo en medio de las tejas y las vigas del techo derruido, las manos frías y pequeñas nuevamente se adhieren a las mías, aunque ahora… solo son dos.