Nicolas Dávila Peralta
Izúcar de Matamoros tiene grandes tradiciones religiosas, famosas en la región y en gran parte de la República; todas se realizan durante el verano.
La pandemia del Covid-19 ha impedido que se disfrute la principal feria de Izúcar: la Feria de Corpus; una celebración de origen eminentemente religioso, que tiene sus orígenes en la época colonial y que se había mantenido ininterrumpidamente, hasta 2019.
A lo largo de los años, esta feria fue adquiriendo un carácter secular y durante quince días del mes de junio, en torno a la fiesta religiosa del Corpus Christi, los izucarenses disfrutaban de juegos mecánicos, exposiciones artesanales e incluso, hace décadas, se organizaba una exposición ganadera. El Baile de Corpus era famoso en la región porque estaba amenizado por las mejores orquestas y conjuntos del país.
Después de esta feria, Izúcar de Matamoros realiza, en julio y agosto, sus principales fiestas patronales que son expresión de la cultura de la región.
Se inicia el 22 de julio, como preparación a la fiesta del apóstol Santiago, que se celebra el 25 de ese mes.
La devoción al apóstol Santiago ha convertido al templo de Santiaguito, como lo reconocen en la región, en un verdadero santuario y ni el sismo de 1917 que destruyó la imagen original del apóstol ecuestre, una verdadera joya de la escultura, tras el derrumbe de la cúpula que lo protegía, ni la pandemia, han mermado la devoción que va unida a varias leyendas.
Se conserva como tradición el origen milagroso de la imagen. Cuenta la leyenda que un escultor se ofreció a realizar la imagen del apóstol, con la condición de que nadie viera cómo trabajaba. Al final, el escultor desapareció y solo quedó la imagen.
Tecuanes, Chinelos, Doce Pares y hasta la extinta danza de Los Vaqueros han amenizado esa feria que llena toda la avenida Centenario de puestos de comida, artesanías y otros productos.
Las fiestas continúan con la celebración en honor de Santo Domingo de Guzmán, que data de hace más de tres siglos y que demuestra la unidad que lograron los frailes dominicos de los 14 barrios indígenas de la ciudad. Cada año un barrio es el responsable de la fiesta patronal.
Es tradición que los 14 barrios de Izúcar acudan a la fiesta llevando en andas las imágenes patronales de cada uno de ellos, a las que se unen las representativas de los pueblos y colonias que hoy pertenecen a la parroquia de Santo Domingo. La procesión con todas las imágenes y la del patrón Santo Domingo, no solo es una atracción turística, sino una muestra de la unión de los barrios y colonias que pertenecen a esa parroquia.
Dese hace unas décadas a la fiesta se ha unido la presencia de los Voladores de Cuetzalan que rinden honor al santo patrón del ex convento dominico.
Más sencilla, pero no menos devota es la fiesta de la Virgen de la Asunción, patrona de la ciudad. Es tradición de los fieles pasar bajo el manto de la Virgen el 15 de agosto, así como la bendición de las manzanas.
Pero estas festividades no son solo religiosas ni muestras de las tradiciones culturales de la región; son también un motivo para disfrutar de un delicioso pozole blanco, reconocido como una riqueza culinaria de México, así como el pan de barrio que se puede disfrutar con un chocolate en agua; el atole de granillo, los tamales tontos, la barbacoa, la cecina, son otros platillos que el lugareño y el visitante disfrutan en esta tierra caliente.
Estos tiempos de pandemia son solo un tiempo de espera; sin duda las fiestas de verano en Izúcar volverán a ser lo que han sido, un tiempo en que se conjuga la religión, las tradiciones culturales, las ferias y la rica gastronomía que le da singularidad a Izúcar de Matamoros.
Retazos
La inseguridad es el reto más grande que enfrenta el país en los últimos años; enfrentarla será, sin duda, el mayor reto de la próxima presidenta municipal de Izúcar, sobre todo porque el problema se ha agudizado por dos razones: el deterioro económico de las familias como efecto de la pandemia del Covid-19, y la presencia de grupos criminales que han tomado a la región como tiradero de cadáveres.
Cierto, la violencia no es problema regional, es un asunto de nivel nacional y la cuenta pendiente del gobierno de López Obrador. Pero cuando la violencia es una constante, empieza a crearse en las personas la convicción de que ésta es natural, es lo normal y se pierde el valor de la vida. Ya no asusta encontrar cadáveres embolsados o descuartizados y en el subconsciente surge cada día la pregunta: ¿a quién mataron hoy?
Cuando se llega a este extremo, la sociedad empieza a podrirse. No podemos, no debemos llegar a eso.