Nicolás Dávila Peralta / Punto de Vista
Es preocupante que, de acuerdo con los datos del Instituto Nacional de Estadística y Geografía (INEGI), el estado de Puebla ocupe el segundo lugar en embarazos de adolescentes, superado por muy poco por el estado de Guerrero. Esto es reflejo de lo que ocurre en el país, el cual ocupa el primer lugar en este tipo de embarazos, entre los países pertenecientes a la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económico (OCDE).
Conforme a los datos estadísticos, se registran 67.6 embarazos por cada mil mujeres entre 15 y 19 años, lo que equivale aproximadamente a siete embarazos por cada cien mujeres adolescentes.
El problema abarca todo el estado de Puebla; sin embargo, en el número de embarazos de adolescentes en 2020 destacaron los municipios de Atlixco (341 casos), Huaquechula (104), Izúcar de Matamoros (162), Chietla (88), Acatlán de Osorio (76) y Chiautla de Tapia (50).
El problema no es menor y se ha incrementado con las medidas de confinamiento para prevenir el contagio de la pandemia del virus Covid-19, lo que ha reflejado una de las causas de estos embarazos: la violencia y el abuso sexual intrafamiliar.
Los embarazos de adolescentes tienen muchas causas, entre ellas la falta de educación o la poca calidad de ésta, que se reduce únicamente a ofrecer conocimientos, como quien llena un vaso con agua, sin tomar en cuenta que a quienes se les enseña son personas singulares, con su propia historia, sus tradiciones, sus represiones y sus carencias.
Esto lleva a que los adolescentes –hombres y mujeres- no construyan un plan de vida que relegue a otra edad la reproducción e incluso a que tengan en cuestiones sexuales una información meramente fisiológica, sin ética que ayude a valorar a la persona, centrada únicamente en la descripción de las funciones sexuales y en el mejor de los casos, en informarles sobre los métodos anticonceptivos.
De acuerdo con los datos estadísticos, más del 45 por ciento de adolescentes que han tenido relaciones sexuales por primera vez, no han utilizado ningún anticonceptivo.
A esto se une la carencia de una auténtica educación sexual en la familia. Aún se mantiene la ausencia de diálogo entre padres e hijos en este tema; muchas veces los adolescentes tienen que buscar información con amigos, amigas, páginas de internet u otros medios. Se mantiene el tema sexual como un tabú en la familia.
A estas deficiencias en la educación sexual se unen otros factores, principalmente la pobreza, el entorno sociocultural en el que crezca la mujer adolescente y la violencia a la que está expuesta.
La pobreza va vinculada a la falta de educación, a la promiscuidad y a la violencia.
Sin educación, la jovencita es presa fácil de un adolescente irresponsable o del tráfico de personas; la edad: 12 a 15 ó 17 años, la lleva a buscar una pareja para salir de la pobreza y se convierte en presa fácil para quien busca solo su satisfacción sexual.
Otro factor en la promiscuidad. En familias de extrema pobreza, se duerme en un mismo cuarto hombres y mujeres, lo que pone a la adolescente en el riesgo de ser abusada por algún miembro de la misma familia.
Un factor más es la violencia contra la mujer. Un número considerable de jovencitas son víctimas de violación que resulta en un embarazo.
Menos frecuente en la región, pero que hay que tomar en cuenta, es la costumbre de casar a las mujeres aún adolescentes, sea por tradición o por intereses económicos.
Pero un factor, a mi juicio el principal, que incide en los embarazos a edad temprana son los mensajes que se difunden a través de los medios de comunicación, sean los tradicionales o los digitales.
En los primeros, influyen las telenovelas, en donde el sexo está desvinculado muchas veces de los valores humanos y se presenta de manera casi explícita vinculado a la infidelidad o revestido de un ropaje de romanticismo. En las redes sociales, la búsqueda de pareja, la difusión de fotografías sugestivas, el uso de éstas por tratantes de personas y otros factores más, constituyen un riesgo para las adolescentes.
Los embarazos a edad temprana es un problema que, si bien atañe a las autoridades, sobre todo a las responsables de la seguridad ciudadana, a la escuela e incluso a las iglesias, tiene como primer origen la educación en la familia.