Nicolás Dávila Peralta / Punto de Vista
El conflicto que vive la sala superior del Tribunal Electoral del Poder Judicial de la Federación y la actitud que ha asumido el Instituto Nacional Electoral, ponen en duda la honorabilidad y la imparcialidad de los dos órganos encargados de velar por la democracia representativa y participativa en el país.
Al inicio de los gobiernos revolucionarios (1917), los procesos electorales estaban a cargo de los Colegios Electorales. En 1946 se creó la Comisión Federal de Vigilancia Electoral, a cargo de la Secretaría de Gobernación, cuyas atribuciones abarcarán, cinco años después, el registro de partidos y la emisión de constancias de mayoría; es decir, la declaración de triunfadores en los procesos electorales.
Al expedirse la Ley de Organizaciones Políticas y Procesos Electorales, en el sexenio de López Portillo, la Comisión Federal de Vigilancia Electoral se cambió por la Comisión Federal Electoral, a cargo de la Secretaría de Gobernación. Gracias a esto, se produjo el fraude electoral que llevó al poder a Carlos Salinas.
Con el fin de ciudadanizar los procesos electorales se creó en 1990 el Instituto Federal Electoral, hoy transformado en Instituto Nacional Electoral.
La intención era tener una institución imparcial, honorable, que organizara los procesos electorales; sin embargo, el tiempo ha demostrado que los consejeros de ese Instituto no siempre responden a los principios de la democracia. Hoy se ha demostrado que buscan inclinar la balanza de acuerdo con los intereses políticos a los que responden.
Su parcialidad fue clara en el pasado proceso electoral y su desprecio por la consulta popular, consagrada en la Constitución, fue claro al no promoverla, como era su deber e incluso obstaculizarla al cambiar de lugar u omitir algunas casillas electorales.
Hoy, sin embargo, se ha puesto en evidencia la descomposición de otro organismo electoral: el Tribunal Electoral del Poder Judicial de la Federación, que tiene la última palabra en las controversias electorales.
Creado en 1996 para sustituir al Tribunal Federal Electoral, en 2007 fue declarado como máxima autoridad en materia electoral, lo que hace inapelables sus resoluciones.
Y ahí está el problema. Con un Tribunal que está demostrando la falta de honorabilidad de sus magistrados, un Instituto Electoral marcado por la parcialidad de sus resoluciones, la democracia tiene en ellos, en lugar de una garantía de imparcialidad, un obstáculo para una democracia que apenas está madurando en México.
Esta situación lleva a pensar en la necesidad de una nueva reforma electoral que renueve al Instituto Nacional Electoral y al Tribunal Electoral del Poder Judicial de la Federación, para que sean verdaderos garantes de imparcialidad y custodios de la democracia, porque con unos consejeros electorales parciales y unos jueces que no resuelven ni sus propios conflictos, ambas instituciones electorales están en entredicho.
Educación, decisión arriesgada
Cuando las autoridades han decidido reiniciar las clases presenciales en el país, los contagios de Covid-19 van en aumento, a tal grado que han vuelto a estar en semáforo rojo siete estados del país y en naranja 15, entre ellos Puebla; nueve están en amarillo y solo uno en verde.
No hay duda que las autoridades educativas se encuentran en una encrucijada: por un lado, está la pandemia que no cesa y por otro, una educación a distancia que ha disminuido la calidad y efectividad de la educación en el país.
Por esto, es acertada la decisión de dejar en poder de los padres de familia la determinación de enviar o no a sus hijos a la escuela.
Pero hay pendientes para las autoridades educativas en todos los niveles: lo más importante es la rehabilitación de los planteles educativos, abandonados por más de un año, y después, el establecimiento de medidas preventivas eficaces para evitar contagios de los estudiantes que acudan a los planteles.
Sin duda es una medida arriesgada que podría ser reversible si las circunstancias lo ameritan.
Retazos
Desde el inicio de la pandemia, la actriz Patricia Navidad rechazó que ésta existiera y llegó al grado de asegurar que en la vacuna insertaban un chip para controlar a la población. Hoy está hospitalizada por haberse contagiado. Los hechos destruyen las ficciones, no hay duda.