Nicolás Dávila Peralta
El jueves 24 concluyó su peregrinar por este mundo el padre Gustavo Rodríguez Zárate, después de varios meses de lucha, primero contra el Covid-19 y luego contra los problemas pulmonares. No es exageración decir que la Iglesia Católica pierde uno de sus clérigos más comprometidos con la defensa de los migrantes y de los desprotegidos, y su cercanía con los jóvenes.
Fue originario de la ciudad de Atlixco; nació el 7 de octubre de 1946; hijo de un obrero (Jesús Rodríguez) y de una mujer que le inculcó al mismo tiempo la fe católica y el amor por sus semejantes (María Teresa Zárate) que, a sus 100 de edad despide hoy a uno de sus hijos sacerdotes.
Antes de ser ordenado sacerdote, Gustavo Rodríguez sirvió en la parroquia de Santa María de la Asunción en Izúcar de Matamoros, donde se ganó la simpatía de muchos jóvenes, por su carácter alegre y su amor al deporte.
Ordenado sacerdote el 6 de mayo de 1973, sirvió como vicario parroquial en Santa Rita Tlahuapan, Chietla y la parroquia de Santa Clara, en la ciudad de Puebla.
Como párroco de Zacapala, descubrió la importancia del compromiso con los pobres y la necesidad de promover su desarrollo; fue ahí donde conoció el problema que representa para las familias la migración hacia los Estados Unidos y la importancia de la promoción humana y religiosa de los jóvenes. Esa primera experiencia parroquial continuó con su trabajo como párroco de Santa Clara Ocoyucan, y su última parroquia: Nuestra Señora de La Asunción, en la colonia Aquiles Serdán, en la ciudad de Puebla.
Su trabajo con los jóvenes lo desarrolló, además, como asesor diocesano del movimiento de Jornadas de Vida Cristiana y coordinador del equipo diocesano de Pastoral Juvenil.
Desempeñó otros cargos a nivel nacional y latinoamericano, como integrante del Instituto de formación para asesores de la juventud de México y colaborador de la sección de juventud de la Conferencia Episcopal Latinoamericana (CELAM).
A pesar de haber realizado un diplomado en Planificación Pastoral, por la Universidad Javeriana en Bogotá, Colombia, y participar en el Congreso Latinoamericano de Jóvenes, en Cochabamba, Bolivia, él describió así su “ridículum Vitae”, como él le llamó:
“Me pidieron mi ‘ridículum Vitae’, no tenía en mi haber ningún título académico, solo mis estudios de parvulitos y primaria en la escuela parroquial de Atlixco y los 14 años en el Seminario Palafoxiano de Puebla, donde transcurrí: Humanidades, Filosofía y Teología, para salvar los requisitos canónicos.Pero si se dieran diplomados por la experiencia adquirida en la calle me hubieran titulado en auto-stop (aventones)”.
Y continuó describiendo así su trayectoria:
“Otros de mis títulos serían: el apostolado con jóvenes pandilleros, preparatorianos, comités de lucha de la UAP (Universidad Autónoma de Puebla), los primeros grupos juveniles; y la experiencia adquirida durante esos dos años, por los que me retuvieron la ordenación sacerdotal, en los que recorrí pueblo por pueblo, parroquia por parroquia en la sierra norte de la Arquidiócesis de Puebla…”
(Desde el Morral. Apuntes de pastoral popular. Edición privada. 1994. Página 5).
En el sur del estado, más allá de los límites de la Arquidiócesis de Puebla, fue clave la presencia y trabajo del Padre Gus, como muchos lo conocíamos, en la realización de la marcha de migrantes y familiares de ellos a través de gran parte del territorio nacional y de Estados Unidos, conocida como Antorcha Guadalupana, cuya meta final es la Catedral de San Patricio, en la ciudad de Nueva York.
Por más de 25 años fue defensor de los derechos humanos de los migrantes que cruzan nuestro país, principalmente desde Centroamérica. Su parroquia de la colonia Aquiles Serdán fue convertida en refugio de migrantes; ahí miles de ellos encontraron el apoyo del Padre Gus y muchos voluntarios que, con él, les hicieron más llevadero su camino hacia la frontera norte.
Al principio de esta columna, que escribo a unas horas de haber recibido la noticia de su muerte, expresé que su partida de este mundo es una gran pérdida para la Iglesia Católica; creo que me quedé corto, en realidad es la comunidad migrante, son los pobres, son los jóvenes quienes pierden a un hombre comprometido con ellos, entregado a ellos, motivado por una fe profunda y un compromiso que él mismo expresó en una carta, fechada el 5 de mayo de 1973, que dirigió a su madre en vísperas de su ordenación sacerdotal y que publicó en su libro “Desde el Morral”:
“Reza, reza, reza para que sea de Dios y de su pueblo; que mis apellidos lleven el recuerdo de quien me obsequió a los demás, como las placas que ponen en los edificios públicos. Quiero hacer un esfuerzo yo también; y estos días le he dicho a Jesús que Sí, pero me lo ha arrancado despacio, sin presiones, como quien despega el chupón de la boca del hijo que no se quiere despertar por ningún motivo, Todo lo que quiere Jesús que le dé para continuar su misión en el mundo está bajo mi piel y eso, papá y tú me lo regalaron. Por eso permítanmelo, a mi vez, ponerlo a disposición de más corazones humanos” (Desde el Morral, p. 21-22).
Y así lo hizo el Padre Gus, desde entonces y para toda la vida: se puso a disposición de todos, pero especialmente de los migrantes y de los desprotegidos.