Desde el último siglo del dominio español, en México se ha manifestado un conflicto que gira en torno a dos entidades fundamentales en la vida del país: la política y la religión. Por ejemplo, la expulsión de los jesuitas, en 1767, no fue un conflicto religioso, sino la confrontación política entre la Compañía de Jesús y el rey Carlos III.
Pero fue a partir de la independencia que en la construcción del Estado mexicano se confrontaron dos instituciones: el Estado y la Iglesia Católica. Sin embargo, ni el gobierno mexicano ni la iglesia fueron instituciones monolíticas; en ambos lados hubo diversas corrientes que fueron desde la moderación hasta la radicalización.
Por un lado, las corrientes políticas fueron desde la colaboración entre la Iglesia y el Estado, hasta un furibundo anticlericalismo; en tanto que en la Iglesia se desarrollaron varias corrientes que fueron desde la colaboración mutua hasta la lucha por establecer en México un Estado Católico.
El anticlericalismo ha subsistido hasta nuestros días, sin embargo la realidad política lo ha marginado de las decisiones en todos los niveles de gobierno, por lo que sus actividades se han orientado a pequeños espacios educativos, a medios de comunicación y a redes sociales.
Sin embargo, por parte de la población católica, el radicalismo ha devenido en actitudes fundamentalistas que han mantenido, a lo largo del siglo XX y este inicio del XXI, una lucha por hacer realidad el proyecto de un Estado “regido por los principios del cristianismo”.
Para avanzar en esta lucha, desde el siglo pasado han surgido varias organizaciones fundamentalistas que se escudan, muchas de ellas, en banderas legítimas y en movimientos religiosos reconocidos por todos; mismos que van desviando hacia el interés político de tomar el poder para hacer realidad su proyecto.
En 1915, nació en la ciudad de Morelia la Unión de Católicos Mexicanos, mejor conocida como “La U”; cuyo objetivo era actuar de manera oculta en contra de los revolucionarios carrancistas anticlericales y más tarde en contra de la Constitución de 1917 que marginaba a las iglesias y atacaba directamente a la católica.
“La U” era una sociedad secreta, con una estructura piramidal y autoritaria que impedía que los de grados inferiores conocieran la identidad de los dirigentes. Sin embargo, sus miembros se escudaban en una asociación abierta llamada Sociedad del Espíritu Santo.
Después de la guerra cristera, se ordenó su desaparición; sin embargo, sus líderes radicales fundaron Las Legiones y más tarde La Base, ambas sociedades secretas con los mismos fines de la derecha radical: lograr la derogación de los artículos constitucionales anticlericales y luchar por conquistar el poder para establecer un Estado Católico. La Base tuvo como movimiento abierto a la Unión Nacional Sinarquista.
Otra sociedad secreta fue la de “Los Tecos” que fundaron la Universidad Autónoma de Guadalajara, cuyo movimiento fue trasladado a Puebla para dar origen al Yunque, sociedad secreta con una estructura semejante a la de “La U”, que se escudó detrás del Frente Universitario Anticomunista, el Movimiento Cristianismo Sí, Juventud Nueva y usó al movimiento eclesial de Jornadas de Vida Cristiana para reclutar a sus militantes.
Hoy el Yunque sigue activo; sus miembros han cooptado a organizaciones antiaborto y el recién creado movimiento contra los matrimonios igualitarios; pero han influido en instituciones de educación superior gracias a sus vínculos con instituciones como los Legionarios de Cristo y su propia congregación sacerdotal: los Cruzados de Cristo Rey, fundada por uno de los creadores del Yunque, Ramón Plata Moreno. La influencia de esta organización secreta ha logrado el control del Partido Acción Nacional y tiene presencia en Argentina y España.
Así pues, la ultradedrecha que se escuda en la religión para lograr sus intereses políticos está hoy más viva que nunca, en el México que se prepara para las elecciones presidenciales de 2018.